"Nunca es demasiado pronto para educar.
Hablamos de aprender permanentemente, a lo largo de la vida. Siempre
esperamos estar a tiempo de algo importante. Pero hay momentos determinantes y, desde luego, la infancia
lo es. No sólo para conocer. Las emociones, los sentimientos, la
sensibilidad, la afectividad en las que se asienta cuanto somos, los
modos de hacer y de vivir, se fraguan y cimentan desde nuestros primeros
instantes. Y, lo que resulta también decisivo, se inicia la apertura a
los demás y el conocimiento de uno mismo. Y todo ello conforma la
extraordinaria constitución del lenguaje, la convivencia y la
comunicación, lo que requiere una acción y una atención singulares. Y el
encuentro y la sorpresa de nuestro propio cuerpo. Necesitamos ayuda, compañía y amparo.
Tal vez consideremos que hubiéramos precisado más atención pero alguna
debimos tener, y de importancia, para vernos ahora en estas
consideraciones.
Activar el interés, la curiosidad, la capacidad de percibir, de
escuchar, de comprender es una tarea en la que, a su vez, han de estar implicados todos los entornos
de modo decisivo. Y aquí la coherencia es determinante. Buscar y
preguntar resultan claves para una adecuada relación y muy especialmente
interrogarse por el otro, por muy inicialmente que sea, sorprenderse,
emocionarse con él, con ella. Por eso hemos de reconocer muy en especial
a quienes nos acompañaron en la tarea de irnos alumbrando
a nosotros mismos y asistieron al nacimiento del sentido y alcance de
nuestro corazón, de nuestros afectos y deseos. Y de los de tantos otros.
Y a quienes hoy prosiguen en esa labor. Hay mucho que debatir al
respecto, pero podríamos estar de acuerdo en que el afecto es educativo, que querer a alguien de verdad y esperar algo de él es decisivo para su adecuado desarrollo."
Ángel Gabilondo. El salto del ángel. www.elpais.com - 16 de marzo de 2012
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