viernes, 24 de junio de 2011

De niños y niñas, de maestros y maestras

Ha llegado junio a su fin, 
la escuela vuelve a quedar en silencio,
paciente y tranquila,
segura de que pronto todo volverá a ser.
Vieja y sabia nos vuelve a mirar de reojo desde su pétrea quietud, 
sabedora que más allá de
objetivos, 
    contenidos, 
evaluaciones y boletines,
reuniones, consejos escolares,
horas de despacho y coordinación,
aprender es una emoción,
es una necesidad de descubrir que existe más allá de aquella montaña que veo en el horizonte,
es saber cuantos dedos tengo en mis manos,
es conocer el nombre de ese bichito que descubrí ayer en el patio.

Es la necesidad de reencontrarme cada día
con esa amiga con la que imagino
que somos piratas navegando en el mar Caribe,
a un poco de brisa que se levante en el recreo.

Cuando enseñamos estamos intentando llegar al núcleo,
a la esencia de unos seres tan maravillosos que muchas veces la tarea nos sobrecoge,
se nos escapa de las manos como agua que fluye,
entonces, huimos de esta sensación con escusas,
que únicamente nos sirven para no afrontar nuestro propio miedo a no estar a su altura,
a fracasar en el intento de saciar su necesidad de conocer,
a no saber estar en el momento justo
en el que necesitan más una sonrisa que una reprimenda.

Pretendemos lograr emocionarles con el descubrimiento de un nuevo número,
con la lectura de un poema que a nosotros nos hace llorar cada vez que nos enfretamos a él,
y olvidamos, 
que ellos y ellas nos miran desde más abajo,
a una altura en la que el mundo se ve de otra manera.

Olvidamos, o pretendemos olvidar,
que nosotros, papás, mamás, maestros y maestras,
antes fuimos como ellos y como ellas,
interrogantes llenos de emociones a flor de piel,
instantes fugaces en un pasado no tan lejano.

Termina un curso, lleno de imágenes,
de momentos irrepetibles,
de esfuerzo y superación,
de logros,
de inmensas conquistas.

Se han obrado milagros,
se han iniciado nuevas sendas antes inexploradas,
y lo hemos logrado juntos,
nuestros niños y nuestras niñas,
han vuelto a demostrarnos cuán humildes debemos ser sus maestros,
cuanta paciencia nos falta, 
cuanto tiempo aún nos queda para alcanzar su espontaneidad, 
su brillantez para explicar las cosas más complicadas de la vida con una sonrisa cómplice.

Llegan las vacaciones de nuevo,
un verano más decimos,
o quizás deberíamos decir,
que hemos vuelto a vivir,
que tenemos un hermoso verano por delante
para seguir sorprendiéndonos, 
para seguir emocionándonos,
para seguir creciendo, 
para seguir acercándonos a ellos y a ellas, 
para volver a intentar estar a su altura. 

Feliz verano,
nos encontramos a la vuelta.

Jaime, maestro en un lugar llamado Casar

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